La Cumbre de las Lajes, en diciembre de 1971, en la isla Terceira, fue el centro del mundo.
Fue en la posada de la Serreta, ahora abandonada, donde Marcelo Caetano recibió a los presidentes estadounidense y francés, Nixon y Pompidou, en una cumbre para afrontar la crisis económica del momento.
El presidente francés, Georges Pompidou, llegó a las Azores en medio de una lluvia torrencial que dejó a los anfitriones y a decenas de reporteros y operadores de cámara esperando en la pista con agua hasta los tobillos. Pero ese domingo 12 de diciembre de 1971 los presentes tuvieron el privilegio de estar entre los primeros mortales en presenciar el aterrizaje del avión más avanzado del mundo: el supersónico Concorde, aún en vuelos experimentales, utilizado por Pompidou para mostrar el prestigio de una Francia, que luego se asumió como líder de Europa.
Horas más tarde, por la noche, Richard Nixon tuvo mejor suerte con el tiempo: él y su inseparable asesor de seguridad, Henry Kissinger, descendieron del Air Force One saludados por un cielo despejado. Marcelo Caetano estaba encantado. Hacía mucho tiempo que no aparecía un jefe de gobierno portugués, en la alta rueda de la política mundial como en esos tres días, entre el 12 y el 14 de diciembre de 1971.
Europa y América se enfrentaban a una profunda crisis económica y financiera que los expertos no dudaron en calificar como la más grave desde la Segunda Guerra Mundial. El enemigo público número uno del sistema monetario internacional era la inflación, un monstruo alimentado por los gastos astronómicos de la guerra de Vietnam, en Los EUA, y do Estado- providencia en los seis países del Mercado Común (como la Comunidad Económica Europea, entonces el predecesor de la Unión Europea) y en Inglaterra, que se incorporaría a la CEE en enero de 1973.
Para aliviar la presión inflacionaria, en agosto de ese año, Richard Nixon había abandonado el patrón-oro y, mientras se preparaba para devaluar el dólar, lo que hizo pocos días después de la cumbre de las Azores, intentaba convencer a los socios europeos de que valorizaran sus respectivas monedas. Pero no fue fácil. Primero necesitaba venderle la idea al presidente francés. Georges Pompidou había sucedido apenas dos años antes al general De Gaulle, quien utilizó el Mercado Común para mostrar al mundo que Francia lideraba Europa. Por ello, el viejo general vetó repetidamente la candidatura británica y se aprovechó de la fragilidad política de la Alemania dividida. Pompidou abrió la puerta a Inglaterra, pero insistió en presentar a Francia como la “locomotora” europea.
El Estado Novo había dejado al país «orgullosamente solo», como había dicho Salazar. Pero ahora, con la cumbre de las Azores, las cosas iban a cambiar … al menos, así lo esperaba Marcelo Caetano. El presidente del Consejo llegó al aeropuerto de Lajes a las 12:40 horas del domingo 12. Tras los saludos habituales, se dirigió en un cortejo automovilístico a los escenarios de la cumbre: la posada de Serreta (donde se alojó Pompidou) y la Junta General de Distrito de Angra do Heroísmo. Nixon se trasladó a la residencia del comandante de la base estadounidense en las Lajes. Marcelo Caetano se hospedó en el Palacio Capitães-Generais, la residencia oficial del gobernador de distrito. El Concorde con el presidente francés llegó a las 16h 40, azotado por pancadas de agua. El aterrizaje no estuvo exento de problemas: el avión tuvo un pinchazo, pero Pompidou aterrizó sin incidentes. La delegación francesa, que incluía al ministro de Hacienda (y futuro presidente de la República) Giscard d “Estaing y al ministro de Asuntos Exteriores Maurice Schumann, acudieron inmediatamente a la posada de Serreta. Después de que todos se cambiaran de ropa -estaban mojados hasta los huesos-, Pompidou tuvo una primera conversación, de cincuenta minutos, con Marcelo Caetano.
Este regresó, a continuación, al aeropuerto, justo a tiempo para recibir a Nixon. El Air Force One aterrizó a las 21.45 horas – pero el aterrizaje del presidente estadounidense del Boeing 707, frente a cientos de periodistas y a pesar del alarde del aparato de seguridad, quedó ensombrecido por la estrella de la ocasión: el Concorde que, a corta distancia, dominaba la pista.
El episodio fue albo de un brazo de hierro diplomático preso con puños de encaje, de esos incidentes que le dan sabor a la grisura de estos encuentros, como dice el entonces responsable de los servicios de prensa del gobierno portugués, Pedro Feytor Pinto, en sus memorias en el libro A la sombra del poder: «Los estadounidenses no querían que el Concorde estuviera frente a la terminal porque, como el presidente Nixon llegaba de noche, con transmisión directa en todas las televisiones de Estados Unidos, la espectacular presencia del avión francés sería evidencia del retraso americano. No es fácil discutir con norteamericanos, pero entendieron que la parte de la base donde se realizaban las ceremonias era portuguesa y nosotros seríamos los que decidiríamos. Así, el Concorde quedó bien visible, como sería normal. » Y permaneció allí hasta el martes siguiente, cuando, terminadas las charlas, Pompidou invitó a Caetano y Nixon a una visita guiada dentro del avión de pasajeros más moderno del mundo.
Nixon y Pompidou hablaron mucho durante el 13 y 14 de diciembre. No llegaron a un entendimiento sobre el futuro del sistema monetario internacional, pero acertaron agujas para una nueva reunión, extendida a los otros cinco países del Mercado Común, a Inglaterra, Canadá y Japón (el Grupo de los Diez), en cuatro días, en el Smithsonian Institución, en Washington, que dio lugar a los «Acuerdos Smithsonianos» el 18 de diciembre de 1971 y la inevitable devaluación del dólar.
Marcelo Caetano no participó en la cumbre en la que fue anfitrión. Sus conversaciones fueron siempre a dos, fue con Nixon, que le puso al corriente de sus próximas visitas-esas sí, de importancia histórica- a la China de Mao Tse-tung y a la URSS de Brejnev, o con Pompidou. Poco después del viaje a las Azores se reveló públicamente que el presidente francés padecía de cáncer, la enfermedad que lo mató en 1974. El mismo año que Marcelo Caetano fue depuesto por un golpe de Estado en Lisboa y en el que Nixon pidió la dimisión por causa del estrépito escándalo de Watergate.
A pesar de estar en el centro de atención en la cumbre de las Azores, el régimen autoritario portugués permaneció aislado. Y, en las Azores, la posada de Serreta nunca volvió a sus días gloriosos.
Las Azores volvieron a ser el centro de atención de los medios de comunicación de todo el mundo el 16 de marzo de 2003. El entonces primer ministro Durão Barroso recibió al presidente de Estados Unidos, George W. Bush, al presidente del gobierno español, José María Aznar, y al primer ministro británico Tony Blair en la base de las Lajes. La cumbre pretendía expresar el apoyo de esos tres líderes europeos a los Estados Unidos en la guerra desatada, unos días después, contra el dictador iraquí Saddam Hussein.
Fuente: Diário de Notícias